Las obras en hierro de José Antonio Abella constituyen el apartado más extenso de su catálogo escultórico. Dentro de esta categoría encontramos esculturas realizadas con láminas y planchas recortadas de acero (aleación de hierro y carbono, que se añade en una pequeña proporción al primero para dotarle de mayor resistencia), así como con diferentes piezas y objetos metálicos industriales y de desecho procedentes de chatarrerías. Para organizar el contenido, hemos dividido esta sección en las siguientes categorías:
No incluimos aquí una parte de sus esculturas en hierro de mayor tamaño y de carácter más conceptual, que hemos clasificado como arquitecturas imaginarias, apartado que cuenta con una página específica dentro de este sitio web.
Para una mejor visualización, las imágenes de las esculturas aumentan de tamaño al pasar el ratón o al pinchar sobre ellas. Se puede ampliar la información y leer algunos de los poemas que las acompañan al hacer clic en "Más información" (se desplegará el texto correspondiente).
San Vitores decapitado. 1985
Hierro. 70 x 60 x 35 cm
Con esa obra José Antonio Abella fue finalista único en el Premio Jóvenes Escultores del Primer Concurso Nacional de Escultura «Ciudad de Burgos» (1985).
Se trata de la primera escultura en hierro de José Antonio Abella, que en el libro San Vitores: iconografía y culto, de Marino Pérez Avellaneda (2009), comenta lo siguiente al respecto de ella.
«La realicé en Villamanín, un pequeño pueblo al norte de León, donde entonces ejercía como médico y donde uno de mis pacientes me enseñó a soldar. Mi padre, natural de Belorado, fue la primera persona que me habló de San Vitores y de sus predicaciones con la cabeza en la mano. Y algo de homenaje a mi padre y a mis antepasados hay en esta representación de San Vitores, al que desde niño imaginé como un hombre de enorme fortaleza física y espiritual. De ahí el tratamiento de la escultura: las aristas duras, el hueco del torso para enmarcar la cabeza rotunda, atenazada por una mano tan poderosa como sus convicciones». (Vol. I, p. 361.)
Como curiosidad, y de acuerdo con lo indicado en la obra de Pérez Avellaneda, las facciones de la cabeza de esta escultura sirvieron como modelo a la de la figura del pastor en el Monumento a la Trashumancia de Segovia.
Madre e hijo. 1986
Acero. 196 x 45 x 41 cm
Madre e hijo [detalle]
Obra seleccionada en el II Concurso Nacional de Escultura «Ciudad de Burgos» (1986).
La escultura representa a una madre con su hijo pequeño en brazos, mirándose ambos a los ojos. Esta maternidad de estilo constructivista está realizada con una técnica análoga a San Vitores decapitado, mediante planchas de acero de poco espesor recortadas en planos de diferentes formas que has sido soldados entre sí para otorgarle volumen a la composición. Asimismo, cuenta con una textura granular en su superficie, obtenida mediante múltiples líneas y puntos de soldadura.
Esta obra consta de dos partes ensambladas, una sobre otra, a la altura de la cintura de la figura de la madre. A diferencia de la escultura anterior, con un acabado de tonalidad oscura pero brillante, el tono ocre de Madre e hijo se ha conseguido a través de un proceso de oxidación controlada del acero.
En este apartado hemos agrupado las esculturas con un marcado componente esquemático, en las que predominan las formas geométricas dentro de un estilo constructivista. La economía de recursos y el uso de líneas rectas y planos rectangulares las acerca al minimalismo figurativo, con una temática que gira fundamentalmente en torno a la figura humana. Han sido realizadas con planchas de acero de entre uno y dos centímetros de espesor como material principal, y tienen detalles pintados en tonos amarillos, anaranjados y rojos.
Padre e hijo: caminos separados. 1987
Acero y pintura amarilla. 162 x 53 x 15 cm
La escultura representa las figuras, reducidas a su mínima expresión formal, de un padre y su hijo, ambos de pie y dándose la espalda.
La composición, con dos formas rectangulares verticales paralelas y terminaciones en ángulo recto, genera una sensación de geometría austera y contenida. El material —acero al natural, con pátina de óxido— aporta una textura mate y terrosa que contrasta con la superficie —pintada en amarillo— al fondo de los pequeños cilindros. Estos se ubican a modo de ojos y resultan fundamentales para orientar al espectador en la percepción de las cabezas de ambos personajes, actuando además como focos visuales que ayudan a romper el estatismo del conjunto.
Desde un punto de vista técnico, el trabajo juega con la economía de medios: planos metálicos simples, cortes rectos y soldaduras lineales. La oxidación controlada confiere a la obra durabilidad estética, mientras que la rigidez de los ángulos y la inserción de los cilindros como elemento circular enfatiza la tensión entre lo geométrico y lo orgánico.
La disposición de las dos figuras, la mayor (el padre) mirando hacia la derecha y la menor (el hijo), hacia la izquierda, introduce una lectura de proporciones que evoca las relaciones humanas y los vínculos paterno-filiales. En este sentido, la segunda parte del título, caminos separados, resulta esclarecedora sobre el mensaje que el artista ha pretendido transmitir en esta obra: todo individuo tendrá que experimentar su propio recorrido vital —con sus aciertos y errores, con sus alegrías y penas, con sus pequeños o grandes triunfos y fracasos—, y tendrá que hacerlo en solitario, sin la tutela de nadie.
Primer vuelo. 1987
Acero y pintura naranja. 66 x 70 x 18 cm
Esta pieza de apariencia esquemática representa la figura de un ave alzando el vuelo.
El cuerpo se contruye con ángulos rectos y planos cuadrados y rectangulares, mientras que los dos pequeños cilindros pintados de rojo en su interior sugieren los ojos del ave, orientando al espectador en la percepción de la figura. La leve curvatura de las alas y de la cola contrasta con la rigidez del resto de líneas.
El lenguaje escultórico de la obra evoca una síntesis entre el arte constructivista y el espíritu lúdico de la abstracción moderna, donde el juego entre sombra y volumen amplía su lectura. Pese a la economía de formas, la postura inclinada de la escultura la dota de una tensión dinámica, que transmite una clara sensación de movimiento. También nos suscita la peculiar sensación de encontrarnos ante un ser sintético entre lo animal y lo humano.
Esta obra se acompaña de un poema, que recogemos a continuación:
De los nidos azules de mi infancia
se caían a veces los polluelos:
un humilde gorrión, un petirrojo,
una cría de vencejo.
Volando sobre el yunque de los días
ascienden las edades del acero,
del cuadrado perfil de las ideas
al encanto naïf de los recuerdos.
Y el frágil pajarillo que lanzamos
a la hiedra tupida del colegio,
el rebujo minúsculo de plumas
que emprendía la estética del viento,
vuelve hoy a volar hacia la lluvia
en la línea quebrada del deseo…,
y en mis ojos miopes tal vez nace
la perdida ilusión del niño muerto.
(José Antonio Abella, 1989)
Sheik-El-Beled o El alcalde del pueblo. 1989
Acero y pintura naranja. 146 x 27 x 27 cm
Esta escultura se inspira en la emblemática figura de Sheik-El-Beled, también conocida como Kaaper o El alcalde del pueblo, una estatua que representa a un noble egipcio que vivió alrededor del año 2500 a.C. y que fue descubierta en 1860.
Las dos obras comparten una notable analogía en el uso del bastón, un elemento que simboliza la autoridad y el estatus, así como la conexión entre el individuo y su entorno. En la escultura de Abella el bastón se erige como símbolo de soporte y estabilidad, sugiriendo la presencia de un líder o guía espiritual. De manera similar, en la representación egipcia de Kaaper el bastón no solo actúa como un atributo de poder, sino que también refleja la dignidad y fortaleza del personaje. Esta relación entre ambas obras invita a una reflexión sobre el liderazgo de los gobernantes y su papel en diferentes contextos culturales y temporales.
El empleo del metal y la forma minimalista de la escultura moderna contrastan con el material —madera— y la riqueza de detalles de la estatua egipcia, pero ambas logran transmitir una esencia de permanencia y relevancia a través del tiempo. Así, la obra de 1989 no solo rinde homenaje a su predecesora, sino que también invita al espectador a considerar la evolución del simbolismo en el arte a lo largo de la Historia.
El rey y la reina. Ca. 1989
Acero y pintura roja. 210 x 45 x 27 cm
El rey y la reina [detalle]
La escultura representa, de manera esquemática, las figuras de Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, reyes de España en el momento de la realización de esta obra.
Sobre una base rectangular se elevan en paralelo dos planchas de metal del mismo grosor y anchura, una de las cuales, la de la izquierda, cuenta junto a la base con dos apoyos en ángulo. En la parte superior de esta última se inserta otra plancha de forma trapezoidal, de la que parten dos piezas cilíndricas, sugiriendo una cabeza con dos ojos. La pieza de la derecha cuenta con idéntico remate, con el interior de los cilindros pintado en rojo, y con una pieza posterior de forma angular que representa el pelo largo recogido en un peinado. Asimismo, antes de culminar a una altura menor que la otra plancha, esta se dobla en ángulo para sugerir el pecho de una figura femenina.
Esta escultura se halla expuesta en la sala 9 de la colección permanente del Torreón de Lozoya (Segovia). Dicha sala, dedicada a la figura humana, plantea una disyuntiva entre lo transitorio y lo eterno, siempre latente detrás de la obra artística. El recuerdo de soberanos, nobles, héroes, personajes legendarios, intelectuales o villanos ha sobrevivido al tiempo y su memoria —escrita o plástica— se conserva e incluso se ha tomado como ejemplo y referencia...
Paloma Picasso. 1989
Acero y pintura roja. 178 x 30 x 39 cm
Anne Paloma Ruiz-Picasso Gilot, más conocida como Paloma Picasso, es una diseñadora de moda, hija del artista malagueño Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) y de la pintora y escritora francesa Françoise Gilot (1921-2023).
Caballero de Malta. 1992
Acero pintado y moneda. 70 x 43 x 50 cm
Más profusa en detalles con respecto a las esculturas anteriores, esta pieza representa el busto de un caballero templario.
Construido a partir de planchas de acero cortadas y soldadas con precisión, las superficies planas y angulares definen las principales zonas del cuerpo —yelmo, cuello y torso— mediante un lenguaje geométrico y estructural. La obra destaca por su claridad constructiva y el equilibrio entre masa y vacío, evidenciando una síntesis entre la figuración reconocible y la abstracción formal propia de la escultura contemporánea.
El uso combinado del óxido natural del metal junto con la pintura negra genera contrastes de textura y tono, mientras que el detalle de la cruz roja en el pecho introduce el elemento simbólico que identifica al personaje. Asimismo, los acentos de color rojo —que hacen que destaque su ojo izquierdo y la propia cruz de Malta— otorgan una presencia hierática a la figura, que proyecta una sensación de fortaleza interior y equilibrio espiritual.
En esta obra despojada de detalles anecdóticos, José Antonio Abella combina la contundencia física del acero con una composición contenida y simbólica, donde el material se convierte en metáfora del espíritu. Así, la dureza del hierro se transmuta en una reflexión sobre la lealtad, la fuerza interior y el tiempo, que deja su huella en el metal como una memoria de batallas y devociones... Erguido con la solemnidad de un guardián antiguo, el caballero templario emerge del acero como una figura de fe y resistencia, de valor y disciplina. La cruz roja sobre el pecho no es solo un emblema: es el corazón encendido del guerrero que custodia su ideal en silencio.
Reciario I. 1989
Acero. 50 x 26 x 26 cm
Reciario II. 1989
Acero. 54 x 26 x 26 cm
Esta serie está compuesta por dos esculturas hermanas, que representan sendos bustos de gladiador. En concreto, se trata de dos reciarios (retiarius), que se caracterizaban por combatir con una red lastrada y armamento ligero.
Ambas obras están construidas con herramientas de acero y otros materiales de desecho industrial, que adquieren un nuevo significado al ser unidos entre sí, mediante la técnica de la soldadura de arco eléctrico, con la disposición particular de cada escultura. Los dos personajes representados tienen cascos y armaduras de formas y materiales diferentes, pero comparten como característica común las cadenas de eslabones metálicos, situadas sobre su hombro derecho a modo de red.
En la Antigua Roma, el enfrentamiento más habitual del reciario era contra el secutor, un gladiador equipado con armadura y armas pesadas. El primero debía subsanar su desventaja en la protección con velocidad y agilidad. Primero intentaba lanzar la red a su rival y, si tenía éxito, atacaba con su tridente mientras el adversario estaba inmovilizado. Otra táctica de combate era enganchar con la red el arma de su enemigo y tratar de arrancársela de las manos.
Esta pareja de esculturas se acompaña de un poema de versos endecasílabos escrito por su autor, que reproducimos a continuación:
Preparada la red. Las uñas tensas.
El iris vigilante y vigilado.
En pie contra ti mismo cada día
con músculos y nervios mercenarios,
con el firme tridente de tus dogmas,
con la humilde soberbia del esclavo.
No hay más recompensa que la vida:
matar para vivir es tu trabajo,
capturar a las sombras de la muerte
con la red de tus sueños y tus manos.
Y en la hora final en que descubras
el precio de la sangre —tu salario—,
implorar a los dioses del olvido
que el viento de la noche sea raudo,
que las mudas arañas amortajen
con hilvanes de seda tu cansancio
y que un óxido azul y misterioso
sea todo recuerdo de tu paso.
(José Antonio Abella, 1989)
Años antes de trabajar el bronce, José Antonio Abella realizó múltiples esculturas de hierro y acero, utilizando y combinando en muchas de ellas distintos objetos y materiales obtenidos en chatarrerías. La experimentación y el trabajo con este tipo de material se debe en gran medida a la influencia artística de Lorenzo Coullaut-Valera (1944-2002), escultor con el que Abella entabló una estrecha amistad. A esta época pertenece la serie Cráneos postnucleares, cuyas obras fueron realizadas con esquirlas de bombas y restos de metralla.
Cráneo postnuclear I (Hombre de Hiroshima). 1990
Acero y esquirlas de bombas. 13 x 35 x 35 cm
Cráneo postnuclear II (Hombre de Nagasaki). 1990
Acero y esquirlas de bombas. 19 x 35 x 35 cm
Cráneo postnuclear III (Hombre de Chernobyl). 1990
Acero y esquirlas de bombas. 22 x 35 x 35 cm
Depredador mutante I (Carnívoro del desierto). 1990
Acero y cristal. 35 x 44 x 26 cm
Depredador mutante II. 1990
Acero y esquirlas de bombas.
Cabeza de buey. 1990
Acero y esquirlas de bombas. 32 x 48 x 44 cm
Parasaurolophus. 1990
Acero. 87 cm
Hace ya tantos años de silencio,
tantos días oscuros... Quién recuerda.
Se fueron oxidando los relojes,
la memoria del tiempo, las ausencias.
Se fueron extinguiendo las especies,
los árboles enormes de la selva,
los mamíferos grandes y pequeños,
las gramíneas fructíferas y esbeltas,
las aves y los peces, los reptiles,
los líquenes prendidos a las piedras,
los últimos insectos que buscaban
los huesos enterrados en la arena.
¿Hacia dónde miraba tanto sueño,
tanto paso común, hacia qué meta...?
Narra el viento polar nuestro pasado
y un dolor mineral nos atraviesa.
Pero nada sentimos. Sólo queda
la herrumbre del olvido. Sólo cráneos
que fueron utopía, calaveras
que pensaron el mundo, que medían
los átomos, los genes, las estrellas...,
esas mismas estrellas silenciosas
que en la tumba de Darwin parpadean.
(José Antonio Abella, 1990)
Límite del sueño. 1991
Acero. 64 x 89 x 50 cm
Teoría de los ídolos. 1991
Acero. 118 x 35 x 35 cm
Escultura de carácter conceptual que muestra una esfera metálica al pie de un prisma o columna rectangular. El título de la obra resulta fundamental para llevar al espectador a la reflexión ante el mensaje implícito en ella: la esfera caída de su alto pedestal representa el destino de todo ídolo.
Conmemoraciones. 1992
Acero. 230 x 30 x 60 cm
Los pilares de la tierra. 1992
Acero. 139 x 44 x 76 cm.
Imagen tomada del catálogo escultórico de La realidad posible.
Los pilares de la tierra. Fotografía de la obra expuesta en su ubicación actual, en la galería de entrada a la colección permanente del Torreón de Lozoya (Segovia).
Sacerdote de Anubis. 1992
Acero y madera. 189 x 50 x 41 cm
Tótem
Acero. 186 x 64 x 52 cm
De la geometría del deseo,
del amor, de la angustia de los sueños
a la gris evidencia de los días,
hay un cristal oculto que revela,
una voz interior que delimita,
un óxido de siglos que genera
el acto creador, los mecanismos
de un ideal común, irrenunciable.
(José Antonio Abella, 1992)
José Antonio Abella fue a lo largo de toda su vida un ferviente defensor de los animales, esos seres dotados de ánima, en sus propias palabras. Donó una parte del Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid a la Asociación Protectora de Animales de Segovia, durante muchos años mantuvo una dieta vegetariana y dos de sus novelas están dedicadas a sus mascotas. No obstante, en su etapa artística inicial no fue impermeable a la idiosincrasia de su país y la temática taurina acabó filtrándose en las tres obras que incluimos en esta sección.
Toro. 1989
Acero. 56 x 36 x 36 cm
Herido por el hierro de la muerte
levantas al ocaso tu mirada
y una niebla de rojo terciopelo
penetra por tus ojos. Vagamente
recuerdas el olor de los olivos
el aliento del musgo tras la lluvia
el olor de las hembras enceladas.
Pero llega la hora decisiva
cuando todo latido se detiene
y el alma del acero te desgarra.
El minuto final. Un aire denso
recorre las arterias de la tarde
y del roto cristal de tus pupilas
se elevan a la noche del olvido
tristes lunas de arena ensangrentada.
(José Antonio Abella, 1989)
Busto de torero (Lagartijo).
Acero. 53 x 60 x 32 cm
Rafael Molina Sánchez, conocido como Lagartijo (1841-1900), fue un famoso torero cordobés cuya contribución marcó la evolución de la tauromaquia y el toreo de los siglos XIX y XX en España.
Buey. 1992
Acero. 54 x 62 x 22 cm
Dama de Tebas. 1988
Acero. 133 x 44 x 93 cm
Melusina de Lusignan. 1989
Acero. 53 x 25 x 90 cm
Melusina es una hada o espíritu femenino de agua dulce que habita en un pozo o río sagrado. Se suele representar como una mujer con cuerpo de serpiente o de pez de cintura para abajo, similar a las lamias y las nereidas. Esta figura legendaria del folklore europeo medieval se remonta a la familia Lusignan, de la región francesa de Poitou.
Holofernes. 1989
Acero. 23 x 25 x 32 cm
Esta escultura representa la cabeza decapitada de Holofernes, general asirio a las órdenes de Nabucodonosor II.
Según se cuenta en el Libro de Judit, el mencionado rey de Babilonia encomendó a Holofernes que se vengara de las naciones del oeste que habían evitado ayudar a su reino. En el sitio de Betulia, Judit, una hermosa viuda, salvará a esta ciudad judía al introducirse en el campamento de asedio y seducir a Holofernes, compartiendo banquete con él y embriagándolo, para terminar cortándole la cabeza mientras este dormía. Según se relata, Judit regresó a Betulia con la cabeza de Holofernes decapitado, lo que propició la derrota de los invasores.
Minotauro.
Acero. 64,5 x 55 x 35,5 cm
Esta escultura de hierro soldado evoca la figura mítica del Minotauro, criatura híbrida de hombre y toro encerrada en el Laberinto de Creta.
El Minotauro nació de la unión de Pasífae, esposa del rey Minos, con un toro enviado por el dios Poseidón. Para ocultar a la bestia, el monarca cretense mandó construir un laberinto diseñado por Dédalo, donde el monstruo fue encerrado. Como muestra de su sometimiento a Minos, la polis de Atenas debía enviar cada año a siete doncellas y siete jóvenes varones como tributo, para ser sacrificados en el Laberinto por el Minotauro. El héroe ateniense Teseo acabará con esta funesta práctica gracias a la ayuda de Ariadna, hija de Minos, que le entregará un ovillo de hilo para que pueda encontrar el camino de regreso, tras dar muerte a la criatura.
La fuerte geometría angular y la superficie oxidada de esta escultura la dotan de una presencia imponente y arcaica: los cuernos en forma de triángulos curvilíneos convergen en los ojos del Minotauro, de expresión fija y metálica, que transmiten una tensión contenida. Por su parte, las cadenas ancladas al hocico de la bestia aportan un contraste dinámico a la rigidez estructural de la pieza, a la vez que aluden al encierro y a la violencia que rodea a este personaje mitológico.
El uso de materiales industriales y de desechos metálicos le sirven a su autor para actualizar esta figura ancestral, proyectando en ella la dualidad entre el monstruo y la víctima, entre la fuerza brutal y la condena perpetua. Las cadenas se convierten en símbolo del Laberinto como prisión eterna, y el mito se resignifica en clave contemporánea, donde el Minotauro deja de ser su guardián para convertirse en una metáfora de las ataduras y miedos de nuestro tiempo.
Anubis.
Acero y cristal. 71 x 42 x 42 cm
Anubis [vista frontal]
En la mitología egipcia Anubis era conocido como el dios del más allá, protector de las tumbas y guía de las almas en su viaje al inframundo. Se le representaba habitualmente como un hombre con cabeza de chacal.
Alas de dragón (ballestófono). 2013
Acero y bronce. 90 x 152 x 129 cm
Dedicada al músico José Antonio Romero Fernández (1965-2015), se trata de una escultura sonora, hecha con ballestas de automóvil a modo de láminas colgantes.
El germen de esta pieza se remonta a los ensayos grupales para el concierto de campanas Canite omni tempore, compuesto por Llorenç Barber y estrenado en Segovia el 25 de octubre de 2003, en el que José Antonio Abella participó como uno de los múltiples intérpretes de percusión involucrados.
Para facilitar los ensayos del grupo dirigido por María Jesús Martín, Abella ideó y construyó el ballestófono, un instrumento musical con cinco ballestas de automóvil colgantes que se correspondían con los cinco sonidos de campana requeridos para su grupo. Esta estructura fue completada con el cuerpo del dragón y la figura del jinete de bronce montado en su grupa, dando lugar a la escultura con su forma actual.
Posteriormente, José Antonio Romero Fernández, profesor en el Conservatorio Profesional de Música de Segovia, se interesó por esta escultura sonora, para la que escribió Alas de dragón. Esta composición para percusión, electrónica y narrador —cuyo título hemos tomado para dar nombre a la escultura—, fue estrenada el 8 de junio de 2014 en la iglesia de San Juan de los Caballeros (Museo Zuloaga) de dicha ciudad.
Dragón con jinete. 2022
Acero y arcilla blanca pintada. 44 x 135 x 42 cm
Se trata de una de las últimas esculturas de José Antonio Abella, que representa a un dragón alado con un jinete montado en su grupa.
Está realizada a partir de piezas metálicas recicladas, donde la materia oxidada adquiere una nueva vida en forma de criatura fantástica. (El cuerpo del dragón, construido con fragmentos mecánicos, planchas de acero recortadas y restos de metralla de bomba, se estira en una figura híbrida de animal y máquina, con las fauces abiertas, patas de garras afiladas, alas ondulantes y una cola que se arquea en movimiento.)
Sobre la montura situada en la espalda de la bestia, una figurilla humana sujeta las riendas. Este pequeño jinete, de masilla moldeada y pintada, evoca la imagen ancestral del héroe que cabalga a lomos de un ser mítico. La obra, con un carácter atemporal entre lo arqueológico y lo futurista, plantea un diálogo entre la fragilidad humana y la potencia de la bestia, una dualidad entre lo orgánico y lo mecánico, invitando al espectador a contemplar cómo la imaginación transforma el desecho industrial en mito contemporáneo.
Busto de legionario romano
Acero. 51 x 17,5 x 24 cm
Hombre de las Cícladas
Acero y moneda de euro. 30,5 x 11 x 11 cm
Cabeza
Acero y metralla. 31 x 11 x 18 cm
Cabeza con gafas
Acero y metralla. 24 x 15 x 15 cm
Corre, pollito
Acero y metralla. 33 x 44 x 35 cm
Tucán
Acero. 42 x 35 x 17 cm
Sin título (divertimento)
Acero. 55 x 50 x 20 cm
Anfibio prehistórico (diplocaulus)
Acero y granito. 7 x 48 x 31 cm
Puercoespín (divertimento)
Acero. 28 x 53 x 10 cm
Retrato de hombre con bigote (Mark Twain)
Acero y metralla. 29,5 x 29,5 x 8,5 cm
Menina de la peluca roja,
también llamada
Niña mirando al cielo, o
El corazón es un pájaro cautivo.
Ca. 1993
Acero y metralla pintada. 35 x 28 x 25 cm
Esta menina parece haber escapado del lienzo de Velázquez para habitar el reino tridimensional de la escultura, reinterpretada desde una estética contemporánea. En ella pervive la esencia de la figura cortesana —la niña observada y observante—, pero ahora reducida a una composición construida a partir de diferentes piezas de acero ensambladas, que conserva, sin embargo, la dignidad y el misterio del personaje retratado en el original.
En este busto femenino el metal sustituye al brocado, el óxido a la seda. Su peluca, hecha a partir de restos de metralla de bombas pintados de rojo, se desploma como una llama detenida, mientras los ojos huecos se alzan al cielo, buscando quizá la luz que antaño bañaba el taller del pintor sevillano. La escultura no reproduce, sino que evoca: traslada la mirada de Velázquez a nuestro tiempo, donde la materia industrial se vuelve portadora de emoción.
Finalmente, el tercer título dado por Abella a su escultura sugiere además la paradoja inherente al ser humano: el anhelo por elevarse y trascender la materia que nos sostiene y limita. Así, en el interior del metal late una presencia infantil —la pequeña ave pintada de rojo, la conciencia cautiva— que recuerda que toda mirada, como sucede en Las Meninas, es también un diálogo entre quien observa y lo observado, entre la obra de arte y su memoria.
Cabeza de jirafa (vista lateral). Ca. 1993
Acero y madera. 112 x 27 x 50 cm
Templo. Ca. 1997
Acero. 76 x 28 x 34 cm
Sacerdotisa. Ca. 1997
Acero. 239 x 62 x 36 cm
Catedral gótica. Ca. 2004
Acero. 127 x 32 x 37,5 cm
Garza
Acero. 167 x 64 x 26 cm
Garza [detalle]
El árbol mensajero. Ca. 2013
Acero. 340 x 70 x 60 cm